jueves, 19 de mayo de 2011

How to forgive...

Para enterrar el rencor, sólo existe un remedio.
Encontrar la fuente que lo produce y eliminarla.


Tras cuatrocientas horas de terapia, fui dada de alta por un mequetrefe con doctorado en quién sabe cuántas chácharas. Desde la hora cuarenta nos habíamos concentrado en la violación, que de común acuerdo decidimos sería la prioridad. Hablamos del perdón, de dejar ir, de enterrar el rencor. Todo me parecía colorido y nuevo. En contra de lo que esperaba, me habló de Dios, del Karma, de Buda, de Ghandi, del otro mundo, del infierno y hasta del cielo, me convenció de que había que indagar en los detalles y apuesto que su morbo le cosquilleaba en la entrepierna. Yo le conté todo sin tapujos, las terapias son caras y la vida es corta.


Era una mujer nueva.


Esa misma tarde puse en práctica todo lo que aprendí en terapia. Regresé al pasado para sanar lo ocurrido. Lo busqué en la misma calle oscura y desolada donde todo ocurrió. Ahí mismo lo encontré, ese rencor avejentado y un poco ciego.  Dejé salir toda mi ira sobre mi rencor, dije lo que tenía que decir, hice lo que tuve que hacer. Después guardé todo en una bolsa y me dirigí a enterrarlo. No fue nada difícil debido a mi oficio de paisajista. No sé si hubiera sido mejor asegurarme que el rencor estuviera muerto antes de enterrarlo. Tal vez la nivelación del terreno hubiera sido más sencilla sin el revoloteo de lo que quedaba sus extremidades. La muerte por asfixia, lleva apenas unos largos y extenuantes minutos.


El doctor tenía razón.
Una vez que enterrado el rencor, la vida sigue.